Cuando el destino nos acerca una experiencia, se supone que no es un hecho casual, sino aquello que necesitamos para nuestro aprendizaje por duro que esto parezca. Una vez vivida y superada la misma, seguimos nuestro camino fortalecidos, cosa que únicamente se puede comprobar con la perspectiva del tiempo, dejando atrás el suceso en sí que se integraría en el pasado o en nuestra historia personal, como diría P. Coelho.
Normalmente, cuando la memoria descansa, o pasado un tiempo más o menos razonable, nos llega otro suceso de similares características en el fondo pero con un “envoltorio” diferente, digamos que es una especie de reválida para comprobar si aprendimos de la experiencia primigenia. Puede que volvamos a tropezar en la misma piedra y el golpe sea más grave esta vez, pero a fuerza de vivir, un día seremos conscientes de que el resultado sólo depende de nuestra respuesta, de que somos artífices de nuestro propio destino; hemos encontrado el patrón y lo deseable es que el resultado nos sirva para estar alerta y aplicar lo aprehendido en otras circunstancias.
Simplemente eso… Estar alerta o la vida se irá repitiendo, dando vueltas sin parar.