Siempre he pensado que la infancia es la mejor época de la vida, una época absolutamente sagrada, porque, además de ser una sucesión de descubrimientos con la sorpresa, la ilusión, la alegría, la imaginación, añadidas a todo ello, es la época en la que tanto nuestra mente como nuestro cuerpo, carecen de contaminación, y por desgracia, el sistema con la mal llamada educación, se encarga de que toda la frescura, la inocencia, las ganas de Ser sin más planteamientos, vayan escondiéndose, cercenándose, limitándose…
Un día, antes o después, se es consciente de todo lo que se ha perdido y puede ser a través de una tristeza que no se identifica con un hecho concreto sino con una sensación de hastío, con un no saber en qué punto del camino nos encontramos, y el origen de todo esto puede que no se reconozca, pero es posible que pueda encontrarse en puntos de nuestra vida que ni siquiera recordemos conscientemente
Esta especie de cuento que he escrito a continuación, no es más que la transcripción de sensaciones propias, el contacto con aquella que reside en lo profundo de mi misma.
Ayer salimos a pasear por el campo de girasoles. Atardecía y tú, agarrándote fuertemente a mi mano, dabas saltitos… De vez en cuando me mirabas y sonreías; yo acariciaba tu pelo rubio con ese remolino en la coronilla imposible de peinar…
Para mí pasear a tu lado es una de las cosas más divertidas, me dijiste mientras te parabas a beber agua del arroyo que, reflejando el sol poniente, había adquirido tintes anaranjados. Cuéntame otra vez esa historia de la niña que viajaba en una barca para encontrar la isla plateada del horizonte…
¿Otra veeez? Te decía como si ya estuviera cansada de repetirlo, pero me encantaba ver cómo abrías los ojos mientras yo, lentamente, intentaba acordarme de lo que ayer te había contado, porque a ti no te gustaban los cuentos clásicos; tu mamá te los había contado muchísimas veces, y afirmabas, con tu lenguaje infantil que los míos eran “más de verdad...”.
Yo sólo te contaba recuerdos, recuerdos de mis fantasías de niña, más o menos de cuando tenía tu edad y quería apartarme de una realidad que me aburría, y me inventaba otra vida con personajes divertidos, donde no existían brujas, ogros ni hombres del saco, sino gente normal, eso sí, personas a las que ocurrían cosas sorprendentes como poder volar subidos en nubes de colores, o con un movimiento simple, haciendo un leve giro de muñeca en el aire, podían transformar la luna en un sol radiante, simplemente porque el día era más adecuado para viajar volando por el aire y ver con claridad el paisaje, o cambiar, a voluntad, el curso de un río para llevarlo hasta el lejano desierto donde una caravana de nómadas miraban suplicantes al cielo abrasador esperando una gota de agua…
Tú sabes bien, pequeña, que en el corazón de un niño caben todas las realidades, los hechos posibles y los imposibles… Los límites van apareciendo a medida que aprendemos otras cosas…
Mientras la noche iba cayendo y las aves regresaban a sus casas para descansar, me preguntabas si mañana te llamaría para volver a vernos, y yo te prometía que sí, que ya nunca más olvidaría hacerlo, y sentía una sensación cálida al afirmarlo mientras tú te disolvías camino de mi corazón donde siempre habitaste y no sólo en tiempo real… Hoy te prometo no volver a olvidarte/me…
No tienes que hacer nada para ser como yo, pequeña….
Sólo dejarme ser tú…
Un día, antes o después, se es consciente de todo lo que se ha perdido y puede ser a través de una tristeza que no se identifica con un hecho concreto sino con una sensación de hastío, con un no saber en qué punto del camino nos encontramos, y el origen de todo esto puede que no se reconozca, pero es posible que pueda encontrarse en puntos de nuestra vida que ni siquiera recordemos conscientemente
Esta especie de cuento que he escrito a continuación, no es más que la transcripción de sensaciones propias, el contacto con aquella que reside en lo profundo de mi misma.
Ayer salimos a pasear por el campo de girasoles. Atardecía y tú, agarrándote fuertemente a mi mano, dabas saltitos… De vez en cuando me mirabas y sonreías; yo acariciaba tu pelo rubio con ese remolino en la coronilla imposible de peinar…
Para mí pasear a tu lado es una de las cosas más divertidas, me dijiste mientras te parabas a beber agua del arroyo que, reflejando el sol poniente, había adquirido tintes anaranjados. Cuéntame otra vez esa historia de la niña que viajaba en una barca para encontrar la isla plateada del horizonte…
¿Otra veeez? Te decía como si ya estuviera cansada de repetirlo, pero me encantaba ver cómo abrías los ojos mientras yo, lentamente, intentaba acordarme de lo que ayer te había contado, porque a ti no te gustaban los cuentos clásicos; tu mamá te los había contado muchísimas veces, y afirmabas, con tu lenguaje infantil que los míos eran “más de verdad...”.
Yo sólo te contaba recuerdos, recuerdos de mis fantasías de niña, más o menos de cuando tenía tu edad y quería apartarme de una realidad que me aburría, y me inventaba otra vida con personajes divertidos, donde no existían brujas, ogros ni hombres del saco, sino gente normal, eso sí, personas a las que ocurrían cosas sorprendentes como poder volar subidos en nubes de colores, o con un movimiento simple, haciendo un leve giro de muñeca en el aire, podían transformar la luna en un sol radiante, simplemente porque el día era más adecuado para viajar volando por el aire y ver con claridad el paisaje, o cambiar, a voluntad, el curso de un río para llevarlo hasta el lejano desierto donde una caravana de nómadas miraban suplicantes al cielo abrasador esperando una gota de agua…
Tú sabes bien, pequeña, que en el corazón de un niño caben todas las realidades, los hechos posibles y los imposibles… Los límites van apareciendo a medida que aprendemos otras cosas…
Mientras la noche iba cayendo y las aves regresaban a sus casas para descansar, me preguntabas si mañana te llamaría para volver a vernos, y yo te prometía que sí, que ya nunca más olvidaría hacerlo, y sentía una sensación cálida al afirmarlo mientras tú te disolvías camino de mi corazón donde siempre habitaste y no sólo en tiempo real… Hoy te prometo no volver a olvidarte/me…
No tienes que hacer nada para ser como yo, pequeña….
Sólo dejarme ser tú…
6 comentarios:
mas tarde me paso a leerte, ahora solo a saludarte:). Y decirte que me resultas familiar... cosa extrañisima! o no.. nose, pero me a sorpendido.
:)
un gran abrazo luz
A mi la infancia siempre me ha parecido un período terrible, donde no te queda otra que obedecer a todo ser viviente que pase por tu vida, haciendo que ésta sea de todo menos mágica. Por eso soy más niña ahora que a los ocho años, porque ahora por fin tengo la libertad de hacer magia con mi vida.
Tú también eres más niña ahora, hasta donde te conozco.
Un besazo
Puede que alguna vez hayamos coincidido por esos mundos, LEO; es posible...
Otro abrazo para ti
La lástima es esa, ami... La presión que se ejerce sobre los niños en aras de lo que se llama educación. También sufri lo que comentas, sin embargo, sí recuerdo con claridad, que sólo con ponerme una bufanda en la cabeza, veía unas hermosas coletas al mirarme al espejo, y con un trozo de tela sobre mi espalda, recorría el universo entero volando...
Sí, me gusta conservar a esa niña que fui, pero a veces me olvido y la abandono, me pongo seria, todo me parecen problemas y obstáculos, hasta que surge su recuerdo y ahí no hay quien me pare.
Muchos besitos
Es precioso luz!
Me ha encantado el cuento.. y que bonito es contar cuentos a los niños, verles como lo disfrutan... ^^
No esta nada mal acordarnos de cuando no teniamos cosas raras metidas en la cabeza, de cuando eramos caballito blanco y no hacia falta nada...
... es posible que ayamos coincidido si... quien sabe?
^^
un beso
y buenas noches luz:)
Así es LEO, sin embargo está en nuestras manos recorrer los senderos de la ilusión, de la imaginación, limpiar nuestra mente y ser como fuimos, como ese niñ@ que forma parte de nosotros mismos.
Un besito
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