
Debe ser que yo soy un poco rara, pero detesto, desde los doce años hasta el presente, lo de ir a la playa, o para ser más exacta, ir a la playa para bañarme y tomar el sol…
Ayer viendo un reportaje (con todos mis respetos, eso sí..) de cómo pasa mucha gente sus vacaciones, se me ponían los pelos de punta…
Eso de levantarse por la mañanita temprano, desayunar y darse prisa para bajar a la playa antes de que se llene, y una vez allí, y sólo para empezar la jornada, darse un baño de agua helada que deja rastros de salitre por toda la piel y bien de arenita pegada por las piernas en cuanto se dan dos pasos camino del metro cuadrado de la toallita… Sentarse sobre esa toalla en contacto con un suelo que de limpio tiene bien poco, o en el mejor de los casos “pillar” una hamaquita usada anteriormente por miles de personas, claro, porque lo de bajar con la sombrilla y las sillitas plegables desde el apartamento “en primera línea de playa”, ya me parece demencial, y a renglón seguido: ¡Hale a tomar el solito! Eso sí, escuchando lo que hablan todos los que nos rodean a una distancia de, como mucho metro y medio a pesar de que nos importe muy poco su vida y la de sus conocidos, pero no sólo eso, sino oler sus olores, a bronceador, al bocadillo de media mañana, (clamando interiormente cuando empezamos a escuchar el melodioso sonido del papel albal, por que no sea de sardinillas en aceite que tiene ácidos omega 3), a la cervecita del aperitivo con sus papitas fritas y luego tener que escuchar lo de “¡esto es vida!”…
Caso de que, queriendo evitar lo expuesto en el párrafo anterior, se te ocurra ponerte cerca de la orilla, sin hamaca ni toalla que poder plantar en la arena porque está mojada, pues lo más probable es que te caiga encima una pelotita de esas de goma maciza, de las de jugar a las palas o que los niños al pasar corriendo te salpiquen de agua y arenita con esa piel que se te ha puesto a 50 grados de temperatura en veinte segundos, aproximadamente, y que encima ni te has dado cuenta, porque al estar en la orilla, la brisita va refrescando la piel sin que te enteres de que te estás torrando sin remedio a pesar del bronce de protección 90, eso sí, con su perfumito a cocos salvajes del caribe…
En fin, que yo, lo de las vacaciones lo entiendo de otra manera…
Ayer viendo un reportaje (con todos mis respetos, eso sí..) de cómo pasa mucha gente sus vacaciones, se me ponían los pelos de punta…
Eso de levantarse por la mañanita temprano, desayunar y darse prisa para bajar a la playa antes de que se llene, y una vez allí, y sólo para empezar la jornada, darse un baño de agua helada que deja rastros de salitre por toda la piel y bien de arenita pegada por las piernas en cuanto se dan dos pasos camino del metro cuadrado de la toallita… Sentarse sobre esa toalla en contacto con un suelo que de limpio tiene bien poco, o en el mejor de los casos “pillar” una hamaquita usada anteriormente por miles de personas, claro, porque lo de bajar con la sombrilla y las sillitas plegables desde el apartamento “en primera línea de playa”, ya me parece demencial, y a renglón seguido: ¡Hale a tomar el solito! Eso sí, escuchando lo que hablan todos los que nos rodean a una distancia de, como mucho metro y medio a pesar de que nos importe muy poco su vida y la de sus conocidos, pero no sólo eso, sino oler sus olores, a bronceador, al bocadillo de media mañana, (clamando interiormente cuando empezamos a escuchar el melodioso sonido del papel albal, por que no sea de sardinillas en aceite que tiene ácidos omega 3), a la cervecita del aperitivo con sus papitas fritas y luego tener que escuchar lo de “¡esto es vida!”…
Caso de que, queriendo evitar lo expuesto en el párrafo anterior, se te ocurra ponerte cerca de la orilla, sin hamaca ni toalla que poder plantar en la arena porque está mojada, pues lo más probable es que te caiga encima una pelotita de esas de goma maciza, de las de jugar a las palas o que los niños al pasar corriendo te salpiquen de agua y arenita con esa piel que se te ha puesto a 50 grados de temperatura en veinte segundos, aproximadamente, y que encima ni te has dado cuenta, porque al estar en la orilla, la brisita va refrescando la piel sin que te enteres de que te estás torrando sin remedio a pesar del bronce de protección 90, eso sí, con su perfumito a cocos salvajes del caribe…
En fin, que yo, lo de las vacaciones lo entiendo de otra manera…