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miércoles, 26 de noviembre de 2008

La semilla de mostaza (Cuento Zen)


Recuerda a cada momento: ¿Va a quitarte la muerte eso que estás acumulando? Si es así, no merece la pena que te preocupes por ello. Y si la muerte no te lo va a quitar, entonces puedes sacrificar en su nombre incluso la vida, porque un día u otro la vida se irá. Antes de que la vida se vaya, aprovecha la oportunidad para encontrar eso que nunca muere.

A una mujer se le murió el marido. Era joven y sólo tenía un hijo. Quería hacer el sati, quería saltar a la pira funeraria con su marido, pero su hijito se lo impidió. Tenía que vivir para aquel niño.

Pero poco después el niño también murió. Esto era demasiado, estaba a punto de volverse loca y preguntaba a la gente: —¿Alguien conoce a algún médico que pueda devolver la vida a mi hijo? Yo vivía sólo para él y ahora toda mi existencia se ha quedado en tinieblas. Como Buda iba a venir a la ciudad, le dijeron: —Lleva a tu hijo ante Buda. Dile que estabas viviendo para ese niño, que ahora ha muerto, y pídele: «Como eres una persona tan grande e iluminada, ¡devuélvelo a la vida! ¡Ten piedad de mí!»

La mujer fue ante Buda, puso el cuerpo muerto del niño a sus pies y dijo: —Devuélvele la vida. Tú conoces todos los secretos de la vida, has llegado al punto supremo de la existencia. ¿No puedes hacer un pequeño milagro para esta pobre mujer? —Lo haré, pero con una condición —dijo Buda.

—Cumpliré cualquier condición que me pidas —respondió la mujer.

—La condición es que vayas a la ciudad y me traigas unas semillas de mostaza de una casa en la que no haya muerto nadie.

La mujer no podía entender su estrategia. Fue a una casa y le dijeron: —¿Unas cuantas semillas de mostaza? Podemos llevar carros llenos de semillas de mostaza para que Buda devuelva la vida a tu hijo. Pero hemos visto tantas muertes en nuestra familia... Era un pueblo pequeño, y ella fue a cada casa. Todos estaban dispuestos: «¿Cuántas semillas quieres?» Pero la condición era imposible de cumplir porque todos habían visto muchas muertes en sus familias...

Aquella misma noche la mujer entendió que cuando uno nace está destinado a morir, por tanto, ¿qué sentido tenía devolver la vida al niño? Volverá a morir. Más vale que busque lo eterno, lo que nunca ha nacido y nunca morirá. Volvió con las manos vacías.

Buda le preguntó: —¿Dónde están las semillas de mostaza? Ella se rió. Por la mañana había venido llorando; ahora se reía y dijo: —¡Ha sido un truco! Cualquiera que nazca está destinado a morir. No hay ni una sola familia en el mundo en la que no haya muerto nadie. Ya no quiero que devuelvas la vida a mi hijo, ¿para qué? Olvídate el niño e iníciame en el arte de la meditación para que pueda ir a la tierra, al espacio de la inmortalidad, donde no se conocen el nacimiento y la muerte.

Esto es para mí un auténtico milagro: cortar el problema desde la misma raíz.

A mi amiga A.V. que se fue el domingo, llena de paz, con su equipaje repleto de esas cosas que pueden llevarse al otro lado, dejando tras de sí una estela de amor

Siempre estarás en mi corazón, amiga del alma...

1 comentario:

Anca Balaj dijo...

Siento tu pérdida, Luz. Pero así es, como lo cuenta en este precioso cuento zen.Espero que estés bien.

Un beso muy, muy fuerte